En el antiguo Perú este plato a base de pescado fresco se cocinaba con el jugo del tumbo y los incas lo hacían con chicha.
Si a Italia se le relaciona con las pastas, a Francia con sus inigualables vinos o a México con sus tacos, cuando se menciona al Perú de inmediato se piensa en el cebiche.
En su Historia del Tawantinsuyu, María Rostorowski explica que en 1535 llegaron al Perú cuatro esclavas para servir al conquistador Francisco Pizarro y que es posible que una de ellas, al ver comer pescado crudo con sal ají y jugo a los nativos, le habría parecido interesante y se le habría ocurrido mejorar el sabor con el jugo de un fruto verde y redondo que había traído de tierras muy lejanas: el limón. Aunque también pudo ser naranja agria. Esta teoría viene porque “seibech” es como se llama a la comida ácida en lengua árabe. Pero como los peruanos no sabían árabe entendieron “cebiche”.
Hay otras versiones poco creíbles, como aquella que sostiene que fueron unos marineros ingleses quienes bautizaron el plato al degustarlo en el Callao llamándolo “sea beach” o “pescado de playa” en inglés.
Se sabe también que en quechua a este potaje se le llamó “siwichi” y que en el antiguo Perú el pescado fresco se le cocinaba con el jugo de tumbo, fruto local que se cultiva hasta nuestros días. Durante el Imperio Inca el pescado era macerado con chicha, hasta donde han investigado nuestros arqueólogos.
El historiador Juan José Vega da como origen de la palabra al término árabe “sibesh”, relatando cómo las mujeres árabes tomadas como botín de guerra por los reyes católicos de Granada mezclaban zumo de naranja agria con jugo de limón y pescado crudo.
Lo cierto es que desde 1820 se encuentra documentada la palabra “cebiche” y no está ausente de la lengua de ningún peruano.
Tampoco se puede negar que tiene sus raíces en las culturas ancestrales de la costa del Perú. Se dice que los pescadores del reino Chimú, cuando se hacían a la mar por largos días a bordo de sus caballitos de totora, apaciguaban su hambre consumiendo sus frescas presas agregándoles sal. Posteriormente, con la llegada de los españoles que aportaron su limón, los lugareños lo adoptaron sembrándolo en cálidos valles norteños y con esto empezaría tan afamada receta.
En la actualidad tenemos cebiches de toda clase, de acuerdo a la región del Perú que se visite. Hay hasta de trucha (en Puno y Huancayo) y con los más diversos acompañamientos. Tenemos el incomparable cebiche mixto, de pescado o de mariscos; el buscado cebiche de conchas negras de Tumbes; el cebiche de guitarra; de pescado seco al sol; el tiradito; y de toda gama de pescados; sin embargo, el más representativo es el de pescado blanco, como la cojinova, el mero o la corvina.
Los contornos de este plato también son variados y en conjunto dan el toque magistral de sabores al paladar. Para empezar no puede estar ausente el picante peruano, sea ají limo, rocoto o pinchito de mono. Tenemos además los choclos de granos jugosos; los yuyos; el camote, morado o amarillo; la papa, que puede ser blanca, amarilla o arenosa; la canchita tostada; la cebolla colorada; la yuca y la sarandaja. Todo esto va organizado sobre su propio jugo o leche de tigre y una hoja fresca de lechuga criolla en una sinfonía de inigualable sabor.
(*) Escrito por Mauricio Bouroncle para Nutriéndonos No. 12
Si a Italia se le relaciona con las pastas, a Francia con sus inigualables vinos o a México con sus tacos, cuando se menciona al Perú de inmediato se piensa en el cebiche.
En su Historia del Tawantinsuyu, María Rostorowski explica que en 1535 llegaron al Perú cuatro esclavas para servir al conquistador Francisco Pizarro y que es posible que una de ellas, al ver comer pescado crudo con sal ají y jugo a los nativos, le habría parecido interesante y se le habría ocurrido mejorar el sabor con el jugo de un fruto verde y redondo que había traído de tierras muy lejanas: el limón. Aunque también pudo ser naranja agria. Esta teoría viene porque “seibech” es como se llama a la comida ácida en lengua árabe. Pero como los peruanos no sabían árabe entendieron “cebiche”.
Hay otras versiones poco creíbles, como aquella que sostiene que fueron unos marineros ingleses quienes bautizaron el plato al degustarlo en el Callao llamándolo “sea beach” o “pescado de playa” en inglés.
Se sabe también que en quechua a este potaje se le llamó “siwichi” y que en el antiguo Perú el pescado fresco se le cocinaba con el jugo de tumbo, fruto local que se cultiva hasta nuestros días. Durante el Imperio Inca el pescado era macerado con chicha, hasta donde han investigado nuestros arqueólogos.
El historiador Juan José Vega da como origen de la palabra al término árabe “sibesh”, relatando cómo las mujeres árabes tomadas como botín de guerra por los reyes católicos de Granada mezclaban zumo de naranja agria con jugo de limón y pescado crudo.
Lo cierto es que desde 1820 se encuentra documentada la palabra “cebiche” y no está ausente de la lengua de ningún peruano.
Tampoco se puede negar que tiene sus raíces en las culturas ancestrales de la costa del Perú. Se dice que los pescadores del reino Chimú, cuando se hacían a la mar por largos días a bordo de sus caballitos de totora, apaciguaban su hambre consumiendo sus frescas presas agregándoles sal. Posteriormente, con la llegada de los españoles que aportaron su limón, los lugareños lo adoptaron sembrándolo en cálidos valles norteños y con esto empezaría tan afamada receta.
En la actualidad tenemos cebiches de toda clase, de acuerdo a la región del Perú que se visite. Hay hasta de trucha (en Puno y Huancayo) y con los más diversos acompañamientos. Tenemos el incomparable cebiche mixto, de pescado o de mariscos; el buscado cebiche de conchas negras de Tumbes; el cebiche de guitarra; de pescado seco al sol; el tiradito; y de toda gama de pescados; sin embargo, el más representativo es el de pescado blanco, como la cojinova, el mero o la corvina.
Los contornos de este plato también son variados y en conjunto dan el toque magistral de sabores al paladar. Para empezar no puede estar ausente el picante peruano, sea ají limo, rocoto o pinchito de mono. Tenemos además los choclos de granos jugosos; los yuyos; el camote, morado o amarillo; la papa, que puede ser blanca, amarilla o arenosa; la canchita tostada; la cebolla colorada; la yuca y la sarandaja. Todo esto va organizado sobre su propio jugo o leche de tigre y una hoja fresca de lechuga criolla en una sinfonía de inigualable sabor.
(*) Escrito por Mauricio Bouroncle para Nutriéndonos No. 12